Capítulo 4
“El bebé”
Sentí como una fuerte contracción golpeaba mi cuerpo y me hacía caer al suelo. El dolor en mi vientre bajo era prácticamente insoportable, pero aun así me esforcé por llegar a la sala, tenía que llamarle a Jules o a Cameron, tenían que venir a ayudarme.
En ese momento escuché el timbre de mi móvil, el cual había olvidado en la sala. Justo cuando estaba por llegar al sofá, otra contracción me golpeó, mis piernas flaquearon y terminé arrojándome contra el sofá. Miré el identificador: era Rupert.
Mis posibilidades de tener tiempo y fuerzas para llamar a alguien más eran remotas, así que contesté sin pensármelo más.
— ¡Rupert! —Grité
—Exijo la prueba de ADN —dijo, directo y con voz plana.
— ¡Acabo de romper fuente! —chillé, mientras otra contracción me invadía.
— ¡Mierda!
La llamada se cortó en ese momento y me quedé aterrada. ¡Mi bebé estaba por llegar y el maldito me había colgado! Estaba a punto de parir en la sala de mi casa, había imaginado todo, menos eso. ¡El muy maldito me iba a escuchar cuando saliera de esta… si es que salía!
Intenté llamar a Jules pero su móvil sonaba dentro de la casa y el de Cameron me enviaba directo a buzón. Mierda, mierda, mierda. Habían elegido un estupendo día para dejarme totalmente sola. Comencé a hacer las respiraciones que mamá me había indicado, tenía que relajarme y hacerme la idea de que tendría a mi bebé a mitad de la sala y completamente sola.
Me pasé haciendo las respiraciones y gruñendo cada vez que una contracción se apoderaba de mí por lo que parecieron horas, hasta que el timbre de la casa sonó.
“Genial, estoy en medio de un parto y a algún idiota se le ocurre venir a visitarme.” Pensé.
No podía llegar a la puerta, el dolor era tanto que mis piernas y todo mi cuerpo temblaban por igual. Intenté ignorar el timbre, pero sonó insistentemente.
— Mierda, lárguese de aquí quien quiera que sea —grité, a mitad de una contracción.
—Ábreme la puta puerta, Kristen —gritaron desde fuera.
Era el maldito bastardo.
—Estoy partiéndome en dos, idiota. No puedo levantarme del sofá —grité en respuesta.
Las lágrimas ganaron la partida y comenzaron a brotar. Este puto parto dolía como la mierda, y yo que pensé que mi primera vez había sido dolorosa. No recibí más respuesta de su parte, seguramente se había largado y me había dejado como la perra que soy. Era un maldito hijo de puta.
De pronto escuché como se rompía un vidrio, alarmada dirigí la mirada a la ventana de la sala por donde estaba entrando Rupert ¡El idiota no me había dejado sola! Sonreí a través de las lágrimas y agradecí al cielo porque él hubiese venido a mi auxilio.
—Joder, te vez del asco —gruñó, tan pronto como me vio.
—Y tú luces como una jodida princesa. Ayúdame, cabrón —ordené, entre dientes.
— ¿Qué mierda quieres que haga? —gritó, como si fuera primerizo el idiota.
—Ve por las cosas del bebé, están en mi habitación —jadeé, continuando con el trabajo de las respiraciones pausadas y profundas.
Asintió y voló directo hasta la segunda planta, lo escuché revolver las cosas.
— ¡Con cuidado, joder! —grité. Si el maldito desordenaba mi habitación lo traería de vuelta para que arreglara todo lo que había deshecho.
Rupert bajó con la maletita amarilla que Cameron había comprado una semana atrás y salió a dejarla al auto, luego volvió y me miró desde el umbral de la puerta.
— ¡Vamos, no querrás tener a tu bebé en la sala de tu casa!
Lo miré, esperando que estuviera soltando una mala broma en el momento menos indicado. Lamentablemente su rostro continuó serio.
— ¿Estás pendejo? —Pregunté a gritos— ¡Estoy en trabajo de parto, imbécil!
—No querrás que te cargue hasta el auto —contestó, cruzándose de brazos y mirándome receloso.
— ¡No puedo caminar, cabrón!
— ¡Estás echa una vaca! —Contestó, igualando mis gritos— Vas a romperme la espalda si te levanto.
— ¡Eres un maldito anciano! —espeté.
—Pero mi rifle todavía dispara —murmuró.
—Déjate de tonterías y ayuda a llegar al auto para que puedas llevarme al maldito hospital —gruñí, a punto de soltarme a llorar nuevamente.
Rupert me miró con pesar y se acercó a mí. No iba a cargarme, lo que dije antes de que era un anciano era cierto; se limitó a ayudarme a poner en pie y sostuvo la mayor parte de mi peso mientras llegábamos al auto.
Me depositó con gentileza en el asiento del copiloto, luego rodeó el auto y subió del lado del conductor. Cuando puso el auto en marcha había una gran sonrisa en su rostro.
— ¿Qué es tan gracioso? —pregunté, con un hilo de voz.
—Había olvidado como era eso de romper fuente y todas esas cosas —sonrió.
— ¿Estás diciendo que te recuerdo a Liberty? —pregunté, sardónica.
Su sonrisa se borró al instante y me miró de refilón antes de prestar su entera atención al camino sin decir nada.
Me pareció que se tomó toda una vida para lograr salir del residencial. Estaba a punto de volverme loca por la lentitud del auto.
— ¿Quieres que mi bebé nazca en tu auto? —Grité— ¡Conduce más deprisa!
No respondió, pero el auto dio una tremenda sacudida mientras aumentaba la velocidad. Alcancé a ver el velocímetro y casi me dio un ataque al corazón.
— ¿Intentas matarme? —chillé.
— ¿Y ahora que tienes? —gritó, frustrado.
— ¡Ve más lento! —jadeé, resistiéndome a gritar más por culpa de una contracción.
—Primero me dices que vaya más deprisa y ahora más lento ¿Quién demonios te entiende? ¡Es mí auto y yo elijo cómo conducir!
—Eres un maldito bastardo —gruñí.
—Y tú una loca estúpida —respondió a gritos, aumentando aún más la velocidad.
Cerré los ojos para intentar relajarme. Estaba en camino al hospital y pronto sería atendida, mi bebé nacería sano y salvo en un quirófano y tendría todas las atenciones necesarias mientras su madre se desparramaba en una cama intentando recuperar el aliento.
Pronto llegamos al hospital y Rupert salió corriendo para pedir una camilla. Me quedé en el auto, tratando de respirar constantemente pero cada vez me costaba más trabajo llevar aire a mis pulmones.
—Vamos a estar bien —jadeé, mientras buscaba más aire. Acaricié mi hincado vientre y cerré los ojos.
No pasó ni medio segundo cuando un montón de personas se arremolinaron a mi alrededor. Dos doctores se apresuraron a sacarme del auto para subirme a una camilla. Vagamente escuché un “Es Kristen Stewart” de entre el personal de hospital, pero no le puse mucha atención. Mi vientre comenzaba a ponerse duro y eso me alarmaba en sobremanera.
— ¡No fotografías, por favor! —dijo Rupert, tratando de apartar a la gente.
—Señorita Stewart, vamos a ingresarla inmediatamente al quirófano —informó un doctor de cabello negro canoso—. Si nos demoramos más el bebé correrá riesgos.
Lo miré con ojos agrandados, no quería que nada le sucediera
a mí bebé. Asentí y me cambiaron a la cama de partos. Una vez en la camilla me
desnudaron completamente y me pusieron una bata de hospital que dejaba mi
trasero al aire; luego el médico abrió mis piernas mientras yo moría de vergüenza,
usualmente quién se encargaba de mis chequeos era una doctora pero ella al
parecer no estaba disponible en esos momentos y me habían mandado con un hombre
mayor para que atendiera mi parto. El doctor me abrió las piernas y metió la
cabeza ahí para revisarme.
—El bebé está prácticamente afuera —comentó el doctor, limpiándose
las manos en una toalla que le ofrecía una enfermera—. Vamos a proceder.
—Espere, espere —grité, aterrada— ¿Y la anestesia?
El doctor me miró, torciendo el gesto.
—Lo siento, Kristen —comentó, negando con la cabeza—. No podemos
esperar a que la anestesia entre en tu cuerpo, es preciso que atendamos al
producto ya que podría morir si nos dilatamos más tiempo.
Entendí la importancia del asunto. Yo tendría que sufrir con
toda la extensión de la palabra; la vida de mi bebé dependía de ello. Aspiré profundamente,
apretando mi mandíbula, y asentí.
—Vamos a hacerlo —gruñí, entre dientes.
Una contracción llegó a mí con extremada fuerza, el médico
me indicó que comenzara a pujar y así lo hice. Nunca, ni en un millón de años
podré describir el inmenso dolor que sentí cuando mi bebé comenzó a salir de mi
interior. Era como si me estuviese rompiendo desde adentro. El dolor
literalmente me partía en dos y mis gritos eran poco para reflejar la tortura
por la que estaba pasando para poder darle vida a mi pequeña criatura.
—Vamos, todavía falta —me alentó el médico.
En ese momento se abrió la puerta del quirófano haciéndome
saltar un poquito, el doctor colocó una de sus manos en mi muslo en forma de
reprimenda. Giré hacia la puerta y vi cómo dos figuras vestidas de azul se
acercaban a mí, intenté relajarme pero eso era imposible.
—Estamos aquí para lo que necesites, nena —dijo John,
apresurándose a tomar mi mano.
—Lo que necesito ahora es sacar a este bebé de mi interior
antes de que termine matándome —gruñí, antes de comenzar a pujar una vez más.
Jules soltó una risita baja y acarició mis cabellos húmedos.
Otra contracción hizo mella en mí y cerré los ojos mientras pujaba una vez más.
—La cabeza está afuera —chilló Jules.
Sonreí, casi terminábamos. Abrí los ojos para ver el rostro
de mi madre, pero mi sonrisa se desvaneció cuando me di cuenta que de Jules
cargaba con una cámara de vídeo y que no estaba filmando mi sudoroso y
enrojecido rostro, precisamente.
— ¿Qué mierda estás haciendo, Jules? —chillé. Por acto
reflejo mis piernas hicieron el intento de cerrarse.
El médico gruño y me abrió las piernas aún más, dándome unas
pequeñas e inofensivas palmaditas en los muslos.
—Falta poco, Kristen —me animó.
Cerré los ojos, imaginando que Jules no estaba haciendo lo
que estaba haciendo. ¡Realmente moriría de vergüenza! Pujé más duro, ansiosa
por terminar de una vez con esa tortura.
—Una más, sólo una más —me alentó Jules.
En ese momento una contracción me llenó y aprovechando aquel
dolor que me infundía, grité a la par que pujaba una última vez. Temí que no
había sido suficiente, pero entonces el llanto de mi bebé inundó el quirófano.
Suspiré y una sonrisa se dibujó en mi rostro.
— ¿Quién cortará el cordón umbilical? —preguntó el doctor,
mirándome.
No había pensado en eso, creí que el médico lo haría pero
considerando que mis padres estaban aquí conmigo, tal vez él creyó que alguno
de los felices abuelos deseaba hacerlo. Tal vez el padre del bebé era siempre
quién lo hacía… pero el padre de mi bebé no estaba con nosotros.
Miré a Jules, y luego John. Mamá sonrió cariñosamente y
sonrió para luego mirar a mi padre.
—Papá —susurré, buscando su mirada—, deseo que lo hagas tú.
John sonrió, nervioso, y se acercó al médico, quien le
entregó unas tijeras para que cortara el cordón. Me di cuenta que sus manos
temblaban pero aun así lo cortó con una sonrisa en sus labios.
—Felicidades, Kristen. Eres la madre de una hermosa niña —me
felicitó el médico mientras le pasaba mi bebé a una enfermera.
Mis lágrimas de dolor pasaron a ser de felicidad. Estaba increíblemente
feliz, tanto que una pequeña sonrisa salió de entre mis labios.
Jules apretó mi mano y sonrió, estaba orgullosa, lo sabía.
—Aún tenemos que limpiarte —me informó el doctor.
Asentí, dejando mis piernas abiertas para que el médico
pudiera terminar de sacar la placenta y me limpiara por dentro. Mi vientre se
sentía tan vacío sin mi pequeña dentro.
La enfermera me entregó a mi bebé cuando el médico terminó
de limpiarme. Nunca había visto a una nena tan hermosa como ella.
— ¿Cómo se llamará? —preguntó la enfermera, poniéndome un
brazalete en el brazo igual al que llevaba mi niña.
—Zoe —sonreí, besando sus deditos.
{…}
Alguien encendió la luz de mi habitación, trayéndome de
vuelta al mundo real. Había sido presa de un profundo sueño luego de que la
enfermera se llevara a mi bebé, pero es que estaba muy, muy cansada.
—Oh, lo siento mucho, nena —se disculpó Jules—. No quería
despertarte, sigue durmiendo.
Negué con la cabeza.
—Estoy bien —y era verdad, me sentía mucho mejor aunque aún
había cierto dolor entre mis piernas—. Quiero verla ¿dónde está?
—Ella está bien, es una niña hermosa. Ahora la están
trasladando a los cuneros, tuvieron que dejarla en la incubadora para que sus
pulmones terminaran de fortalecerse.
Me alerté, ¿mi bebé no estaba bien?
— ¿Por qué? —chillé.
—Está bien, cariño, no te alarmes —me tranquilizó Jules—. Ya
la están pasando a los cuneros y pronto podrás verla de nuevo.
Sonreí. Recordaba que la enfermera me la había entregado,
pero yo estaba tan cansada que apenas si podía mantener su recuerdo en mi
memoria. Mi corazón se hinchó de alegría, la tendría entre mis brazos muy
pronto, y esta vez estaría totalmente despierta. Sonreí, vería a esa personita
que cargué en mi vientre durante ocho meses y medio.
—Kristen —me llamó mi madre, su voz sonaba ligeramente
molesta.
— ¿Sí? —pregunté, tanteando su reacción.
— ¿Por qué rayos te trajo Rupert? Creí que tú y él…
La voz de Jules intentaba sonar agradable y cariñosa,
considerando mi estado actual, pero aun así logré percibir su enojo.
— ¿No le bastó con todo ese lío del nombre del padre del
bebé? —preguntó, dejando de lado su tono dulce. Estaba realmente cabreada.
—De Zoe —le corregí, mi niñita tenía un nombre—. Y si me
trajo es porque ninguno de ustedes atendía sus celulares.
Jules achicó sus ojos.
—Y le llamaste a él.
— ¡No! —Grité, comenzando a enfadarme— Él me llamó,
exigiendo una prueba de ADN; en ese preciso momento yo acababa de romper fuente
y como ninguno de los dos respondía, no dudé en pedirle ayuda a él ¡Porque si
fuera por ustedes yo habría tenido a mi bebé en la sala de casa! —dije eso
último en un grito de reproche ¿Cómo se les ocurría dejar sus móviles
desatendidos cuando tenían a una embarazada en una casa completamente sola?
Jules pareció entender, musitó un pequeño “lo siento” y me
sonrió.
—Por cierto, ¿quién te avisó? —cuestioné.
—Scoot —respondió—. Rupert lo llamó, y él llamó a tu padre y
luego a mí.
Asentí.
La puerta de mi habitación se abrió y Rupert junto a una
enfermera entraron.
—Hola —murmuró Rupert.
Le sonreí. No podía tratarlo como una mierda cuando había
sido él quien salvó la vida de mi pequeña Zoe.
—Vamos a llevarla a los cuneros, señorita Stewart —informó
la enfermera.
Sonreí como una niña enfrente del árbol de navidad. Estaba ansiosa
por ver a mi pequeña princesa. Rupert me ayudó a sentarme en la silla de ruedas
que llevaba la enfermera y luego me dirigió a la puerta, con Jules a mi lado y
la enfermera frente a nosotros.
Me llevaron hasta los cuneros para que conociera a mi bebé.
Mi hermosa hija. Una enfermera me hizo entrar a la habitación, pero detuvo a
Rupert. Ignoré eso y pasé directo a la cuna de mi pequeña Zoe, era tan pequeña,
indefensa y hermosa que un par de lágrimas se escaparon de mis ojos. Malditas
hormonas que me hacían llorar a todo momento.
Rupert se quedó afuera, viéndonos desde el cristal. Yo
estaba ensimismada con mi pequeña, encerrada en mi propia burbuja. Sus ojos
eran iguales a los de su padre y su piel rosada y suavecita hacían que al verla
pareciera una muñequita de porcelana. Alcé los ojos para sonreírle a Rupert,
estaba agradecida porque me hubiese traído al hospital al fin de cuentas.
Entonces lo vi. Su cabello desordenado como siempre, pero su
mirada medía todo lo que pasaba a nuestro alrededor. Nos miramos a los ojos por
un segundo y luego giró a mirar a la enfermera y alcancé a escuchar como decía.
“Vine a ver a mi hija.” Informó.
Me encanto *-*
ResponderEliminarPorfa actualiza pronto
que quiero ver que pasa en el siguiente capitulo
Saludos
Abrazos y besos :*
hay dios me encanto... estuvo espectacular, hay una niña q' tierna.... dios ya quiero q' nos espera en el proximo cap :)... retoque de tambores quien sera el padre????
ResponderEliminarMe encantoo...
ResponderEliminarWhoaa.. como te quedas con la duda..
A esperar la actulizacion :)
me encanta su historia chicas =)
ResponderEliminarPor favor,actualicen pronto y saquennos de nuestra miseria, la historia esta genial
ResponderEliminarChicas la historia esta genialisima por fa actualicen prontos para que me saquen del ascuas en el que estoy
ResponderEliminarHolaaa, estaba viendo por ahí, y encontré el blog con la historia, simplemente me encanta, actualiza si, lo espero, ;)
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